Los objetivos Pedagícos como guías del proceso enseñanza-aprendizaje
May 10,
2015
“Ningún viento es favorable para quien no sabe a
dónde va” Séneca
Si en el post ¿Es la evaluación un momento más del
proceso de aprendizaje? Hacíamos referencia a la dimensión ética que
debería incluir la evaluación y reflexionábamos sobre la importancia del
proceso evaluador y de las “patologías” que podíamos encontrarnos, en este
artículo me gustaría incidir en la importancia de los objetivos de
aprendizaje, como guía en ese proceso formativo y también como clave de
análisis en el momento de la evaluación. ¿Qué objetivos pretendemos que el
alumnado consiga tras finalizar cada módulo, asignatura y/o curso? ¿Qué
habilidades, teorías y/o actitudes pretendemos que consigan tras el proceso de
enseñanza aprendizaje? La forma de evaluar con los distintos instrumentos evaluadores
¿es acorde con la formulación inicial de los objetivos pedagógicos?
En la Formación para el Empleo y con los certificados de profesionalidad concretamente, se
habla de unidades de competencia, de
capacidades y criterios de evaluación. Así, la formulación de objetivos de
aprendizaje claros será importantísima no solo como punto de partida
sino también como punto de llegada a lo largo del proceso formativo.
Los objetivos de aprendizaje constituirán
por una parte, la conducta final que el alumnado participante deberá
alcanzar al final de la acción formativa, y por otra, posibilitarán
configurar los demás elementos de la programación didáctica.
Su formulación responderá a criterios de:
Ordenación lógica.
Desarrollo progresivo y adecuado.
Expresión de metas concretas y significativas para
el alumnado destinatario de la acción formativa.
Coherencia interna y distribución equilibrada.
Posibilitar la posterior definición de los
siguientes elementos de la programación didáctica.
Por eso, a la hora de definir los objetivos, es
bueno recordar que deberíamos:
1
Centrarnos en lo que el alumnado logrará, y
no, en lo que nosotros/as como docentes hacemos para que lo logre. Así, una
frase que puede ayudarnos a formularlos será: “Que al finalizar esta
acción formativa/ módulo/ clase, el alumnado sea capaz de…..”
2
Hacer referencia al resultado
esperado y no al proceso, actividades o tareas para lograrlo. Intentaremos
evitar términos tan ambiguos como “conocer”, “comprender”, “desarrollar”,
“aprender” Serán acciones más “visibles” y concretas “definir”, “analizar”
“distinguir”, “clasificar” ” “demostrar”, etc. En cualquier caso también sería
bueno proponer una acción por objetivo formulado, evitando así diversificar
mucho las conductas esperadas.
3
Plantear un CAMBIO, un reto para
el alumnado… Ese cambio será evaluable, medible, visible.
4
Redactarlos mediante un verbo en infinitivo (la
mayoría terminarán en “ar”, “er”, “ir”); aportando criterios y
condiciones de realización que nos permitan dar por válido o “cumplido
satisfactoriamente” (o no) el objetivo formulado.
Uno de los grandes aportes lo hizo en su día el
pedagogo y psicólogo estadounidense Benjamín Blomm quien entre otros
muchos aportes, hizo contribuciones significativas a la taxonomía
de los objetivos en educación.
Blomm definía tres ámbitos en los que deben
ubicarse los objetivos de enseñanza-aprendizaje:
Ámbito cognitivo.
Ámbito psicomotor.
Ámbito afectivo.
En la Wikipedia podemos leer “La
taxonomía de Bloom no es un mero esquema de clasificación, sino un intento de
ordenar jerárquicamente los procesos cognitivos. Bloom orientó un gran número
de sus investigaciones al estudio de los objetivos educativos, para proponer la
idea de que cualquier tarea favorece en mayor o menor medida uno de los tres
dominios psicológicos principales: cognoscitivo, afectivo, o psicomotor. El dominio cognoscitivo se
ocupa de nuestra capacidad de procesar y de utilizar la información de una
manera significativa. El dominio afectivo se refiere a las actitudes y a las
sensaciones que resultan el proceso de aprendizaje. El dominio psicomotor
implica habilidades motoras o físicas“
Son muchos los autores que han seguido trabajando
en la línea que propuso Bloom, inclusive, se han hecho ya, adaptaciones de su
propuesta a la era digital. Es el caso del planteamiento de Andrew Churches que recogen desde la página de Eduteka.
Por su
parte, en las webs de Edudemic y Ticsyformación encontramos
una imagen bastante atractiva que recoge los 6 niveles de complejidad creciente
que plantea este pedagogo nacido en 1913.
También
desde el modelo pedagógico The Flipped Classroom se le
otorga especial interés a este tema fundamental en formación: la formulación de
objetivos.
Realizar actividades formativas que respondan a
objetivos pedagógicos bien formulados, sin dudas también parte de tener “claro”
que pretendemos que nuestro alumnado logre. Con más razón se podría decir que a
“mayor claridad de lo que esperamos o se espera de nosotros/as como
profesores/as o alumnos/as mayor transparencia en la evaluación”;
claro, si ésta es coherente con esos objetivos planteados en la programación
inicial realizada a partir del diagnóstico de necesidades e intereses
formativos.
Ejemplos de tareas hay muchos. También desde el
modelo The Flipped Classroom nos aportan “luz” a esta
cuestión.
Lo importante, bajo mi opinión, es plasmar
objetivos que no den lugar a malos entendidos, que permitan a profesorado y
alumnado saber perfectamente cuales son las metas a conseguir. Listados de verbos que pueden ayudarnos a definir
mejor los objetivos pedagógicos hay muchos, pero creo que lo primordial es que
esas metas de aprendizaje sean compartidas tanto desde la
“claridad de lo esperado”, como desde el “trabajo colaborativo
discente-docente” por conseguir los resultados esperados.
Finalizar este post con un par de interrogantes:
¿Damos valor a los objetivos “más allá de la
programación didáctica” en papel?
¿Hacemos partícipes e implicamos verdaderamente al
alumnado en el logro de “pequeños retos” en su propio proceso de aprendizaje?
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